Las personas ansiosas tienen reacciones irracionales, fuera de toda lógica y poco comprensibles, incluso para ellas mismas, pero no son en absoluto azarosas, es decir, se encuentran plenamente dotadas de coherencia e incluso se puede decir que han sido «seleccionadas» en cierta medida y en el plano interno-inconsciente.
Porque se atemoriza ante la realidad de una forma personal y diferenciada respecto de otra persona. Los síntomas son consecuencia del propio estado cognitivo.
Se podría hablar de la preexistencia de una especie de «elección» sintomatológica mental, lo que explicaría por qué los despliegues ansiosos son tan personales y sólidos en cada individuo. En efecto, si consideramos la manifestación ansiosa como la respuesta a una valoración subjetiva de la realidad, es evidente que ésta es muy diversa, por lo que también lo debe ser su manifestación sintomatológica: cada problema lleva asociado su particular intento de solución.
En la trayectoria vital de la persona ansiosa suelen haber problemas antiguos y transcendentes no resueltos, y también situaciones dolorosas vividas de manera intensa en el pasado (por lo general durante la infancia). Todo ello explota de forma reactiva ante situaciones del presente sobre las que se han efectuado una analogía y una asociación con hechos del pasado a los que se otorga un valor muy importante, es decir, una atribución equivocada (y sobredimensionada), pero realmente convincente. Y es el influjo de la propia experiencia dolorosa de algunos de estos momentos del pasado no resueltos lo que hace que la persona despliegue la secuencia ansiosa en función de lo que ésta pueda ayudarle a neutralizarlos. La casuística es enorme; veamos a continuación algunos ejemplos.
En casos de claustrofobia, donde la realidad aparece específicamente alterada, y la persona, presa de una enorme tensión agitativa, y donde simbólicamente nos exigimos salir de un lugar que nos constriñe, el síntoma más significativo es la sensación de falta de aire; curiosamente, dicha falta de aire vendría explicada por una especie de angostamiento producido, a su vez, por la percepción de falta de espacio. En casos de fobia social, en la que las relaciones personales suelen estar dotadas de malestar, son frecuentes las contracturas en las piernas como manera de bloquearse y darse «la orden» de no ir a ninguna parte, es decir, de autoprotegerse de las relaciones sociales que van a tener lugar. En casos de agorafobia, donde la persona puede tener ansiedad al percibir que se aleja de lo familiar, por ejemplo en la distancia que hay desde su casa hasta su lugar de destino, dentro del conocido esquema «distancia = desprotección», son frecuentes los mareos y/o los vértigos, es decir, síntomas que determinan una manera de caminar inestable e insegura, producto sin duda de la alerta que indica la existencia de peligros inmediatos y la «salvadora» opción de no ir demasiado lejos. En conjunto, estos ejemplos ilustran la íntima conexión que existe entre los problemas no resueltos y la elección más idónea de los síntomas ansiosos; en realidad, todo configura una especie de «pack» coherente, en el que un elemento se ayuda del otro de tal manera que a menudo lo «reclama». Sirvan estos ejemplos y exposición para ayudar a entender mucho mejor el curso del pensamiento ansioso y, en consecuencia, también a neutralizarlo.